Nuestros ojos encarcelados, siempre dispuestos uno frente al otro como un sublime arreglo fúnebre para nuestras pasiones, el velo de mi silencio sólo te vuelve más deliciosa, orlar tus labios con el deseo que exuda mi mirada, mis ojos abducidos por los tuyos, yago en tu caricia, aun si sólo es el recuerdo.

Con el tiempo hirviendo y la voluntad perdida en la arena, la mera semejanza a una lágrima insulta al abrasante astro. Desesperanzado intento de peregrinación, bebiendo polvo para saciar la sed de fe, la tentación de tu imagen adornando el empedrado metálico del horizonte me sumerge en las dunas y sus ardientes olas. La presión de la arena mantiene mis ojos en los tuyos. Es tu figura jugando en el inmenso oasis de mercurio lo que me encierra en este desierto condenado a evaporarme.

El tiempo se escurre, el cuerpo se seca.

No hay planta que florezca si la riegas con sangre, mi pequeña jaula se ha centrado en dar pie a un mono forjado entre la mediocridad y la violencia, con una afición insana a ambas, incapaz de nada bello, de nada triste, que extraña por costumbre y que anhela por envidia.